La madrileña calle de Serrano y algunas aledañas, tras un largo periodo de obras y aceras levantadas tan típicas de la capital, estrenaron hace poco un nuevo aspecto tras una reforma que ha ensanchado las aceras, plantado más árboles, creado un carril bici y mejorado en general las aceras y el tránsito de la calle.
Las aceras, ahora más anchas y transitables, presentan un diseño en algunos de sus elementos como las baldosas o los huecos para los árboles con un cierto aspecto romboidal, como de diamante asimétrico, quizás por ser la calle del lujo, tal y como se puede apreciar en esta fotografía.
Este aspecto romboidal se ha hecho también extensible al diseño de los nuevos bancos que ahora lucen sus aceras.
Es loable ese intento de dar cohesion formal y visual a los diferentes elementos que conforman una calle, tan poco frecuente en nuestras ciudades, pero en este caso es un intento que tiene unas consecuencias no deseables y seguramente no deseadas.
Los bancos son de dos tipos, unos sin respaldo como este que aquí se aprecia:
Y otros con respaldo y un sólo brazo, como este otro:
El diseño en ambos es extraño, asimétrico y con la sensación de haber sido deformado a posteriori más que de haber sido ideado con esa forma en su origen. Aseguran los autores que los bancos han sido diseñados con esta forma "Para no dirigir la mirada", cosa que no entiendo.
En el caso del banco sin respaldo, el mal es menor, pero en el caso del otro banco nos encontramos con un problema, pues aquellos que deseen sentarse a descansar en ellos, se encontrarán con que existen dos áreas de considerable tamaño no aptas para el asiento, situadas cada una en un extremo del asiento y condicionadas por las extrañas formas en pico de estos bancos, como se puede comprobar en la siguiente fotografía, resaltadas en color amarillo.
En el extremo de la izquierda de esta imagen no hay sitio para sentarse sin que las piernas queden totalmente fuera, y en el de la derecha es imposible asentar nuestras posaderas pues el brazo nos lo impide, con todo ello se reduce el área útil del banco, pero no su superficie, con lo cual el precio será el de un banco con mayor área disponible para su uso.
Los bancos en cuestión están obligando a los transeuntes a adoptar extraños escorzos al sentarse, en lugar de ofrecer un espacio ámplio y cómodo para el descanso, como es su función.
Esto sucede demasiado a menudo, muy a mi pesar, cuando el diseñador hace primar la forma sobre la función, dando lugar a diseños bellos o al menos interesantes, que seguramente se ganarán un puesto en algún libro o catálogo, pero que no cumplen como debieran su función primordial, aquella para la que fueron creados.
No creo que a los transeuntes que necesiten descansar les importe si los bancos en los que lo hacen tienen un diseño que encaja con el resto de la calle, sino que esperarán de estos que sean cómodos, como cualquier banco que se precie, y que les permita sentarse en una posición sencilla, sin tener que recurrir a poses de amazona clásica a lomos de algún caballo.
La culpa es de los políticos que compraron estos bancos pero en especial a quien los diseñara por haberse olvidado, como tantas veces, de que el diseño, al contrario que el arte, persigue la utilidad por encima de la belleza. Sabemos porque lo vemos a diario, que no es dificil aunar estos dos conceptos, sólo es preciso poner un poco de interés.
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